Tuesday, December 22, 2009

Von Paulus Zalduondón existe


Carl Spitzweg titulo  este cuadro " El pobre escultor o poeta o algo así" Corría el 1839.
 Además de ser una de las pinturas más queridas por los alemanes, siempre le ha acompañado el misterio sobre algunos sospechosos objetos que acompañan al que parece ser un poeta que ha dejado todo las veleidades materiales por amor al ingrato Arte y para colmo parece constipado. Rose-Marie & Rainer Hagen, estudiosos del autor,  creen que lo que escribía el hombre ha aparecido en una nota anónima mandáda por un tal Von Paulus que decía así:

"Lassen Sie sich nicht ein Bauer zu wissen, dass eine gute Ernte guten Samen, guter Dünger und Bewässerung erfordert.Es ist auch offensichtlich, dass diejenigen, die das Land zu kultivieren ist nicht für die Geduld mit derAussaat und schreit mit all seinen könnte, "Grow, verdammt noch mal!"
Es ist etwas sehr Merkwürdiges passiert mit dem japanischen Bambus und wird es für den ungeduldigen ungeeignet:Plant das Saatgut, Dünger, und darauf achten, dass es Wasser ständig.
In den ersten Monaten spürbar nichts passiert. In der Tat nichts passiert mit den Samen in den ersten sieben Jahren,so dass ein unerfahrener Züchter davon überzeugt, würde Samen gekauft haben, unfruchtbar."

 Traducido sin ningún escrúpulo al castellano sería:
"Pues sí querido amigo y amiga, me encuentro en estos momentos difíciles para mi, rodeado de la luz mortecina de los días lluviosos, intermináblemente lluviosos, metido en ese fango, que en toda trinchera que se precie, rodea tu mirada, tu cuerpo, tus esperanzas de un mundo nuevo, por tanto, mejor. Y sin el consuelo de ver a otros compañeros que ya han caido...¿ Dónde estarán ahora con su, a buen seguro, mirada radiante, su sonrisa esparcida hasta ese horizonte vetado a ti.
Esta batalla la ganaré, lo sé; pero mientras, no cejaré de batirme el cobre con este inmenso y verde y pegajoso moco que desde la madrugada de ayer no  da cuartel a mi trémulo cuerpo. ¡Visca el BarÇa!

Nota de prensa de Carolus Jaques

Tuesday, November 24, 2009

El Feo púbico (Un extraño caso para el Doctor Deseux) Premio Concurso de Relatos Depilación Laser 2009 listmaster@corporacioncapilar.es

Primer día.

 Marcia Hernández pisaba por primera vez la consulta sexológica del Doctor Deseux. Se distrajo en observar los diplomas que colgaban de la pared. Que si un Master del Instituto Sexológico de Reykiavik. Otro de mantras erógenos de India y Nepal. Curso acelerado en eyaculación precoz en un plísplás y un premio, magníficamente enmarcado, otorgado por el éxito editorial de su manual de autoayuda : “ Como superar el miedo a tu propio sexo y el pánico ante el de tu pareja”. Marcia pensó que el Doctor era un compendio de conocimientos pero dudaba que fuera capaz de solucionar su problema.
 Al fondo de la sala, iluminada por la claridad que entraba por la ventana había  una bella estatua griega. Marcia no pudo evitar un ligero escalofrío al ver aquella figura tan perfecta. Era un hombre desnudo que alguna vez había llevado una lanza y parecía andar relajadamente . Sus poderosas piernas : una firme y la otra ligeramente  flexionada, le arqueaba el cuerpo de tal forma que marcaba la cintura y cincelaba el pecho. Para colmo, desde su cabeza ligeramente inclinada, sonreía. Ella, extasiada, observó la superficie pulida del mármol hasta llegar a su pelvis y allí lo vio. Agazapado estaba el mismísimo Groucho Marx.
Dio un respingo y oyó una voz a su espalda.
-Es Doríforo. Aquiles para los amigos. Su autor fue el griego Policleto discípulo de Mirón- dijo el doctor invitando a Marcia a sentarse en el diván. Después de ponerse las gafas de psicoanalista belga y echarle un vistazo de arriba abajo prosiguió: Policleto consiguió su ideal de belleza y su altura mide su cabeza por siete.
Ella se sonrojó. Más que las proporciones, estaba mirando otro sitio más intimo del mozo de piedra y el doctor le había pillado. Pero lo peor era que su mente y Groucho Marx se la habían jugado otra vez.


Meses más tarde.

Después de muchas sesiones el Doctor no conseguía descifrar los motivos subconscientes que provocaban en Marcia sus alucinaciones a la vista de las pelvis de los hombres que había conocido- íntimamente-  y que a su vez, acompañaba con fobias que hacían que sus relaciones sexuales llegaran a ser insufribles. El eminente sexólogo se lo tomó como cosa personal. Hizo un estudio sobre sus relaciones una por una y le llamó la atención que ella en vez de llamar a sus parejas por el nombre les llamara por apodos. Primero salió con David Bisbal, luego con Paulina Rubio, también con Miky Mouse. La lista siguió aumentando con la madre de los Simpson, Chiquilicuatre, Amy Winehouse y hasta el sabio de la tele Señor Punset, que así llamaba a la pareja que tenía en ese momento.
Deseux estuvo a punto de tirar la toalla, pero una tarde ella señaló a la estatua Doríforo y susurró:
- Mira que está gracioso ahí Groucho Marx.
El posó su vista en la pelvis de la estatua. No se lo podía creer, allí estaba. Cuando terminó la sesión, como un poseso cogió los nombres y dibujó el peinado de cada personaje en forma de vello púbico. Y todos aparecieron salidos de su lápiz y de la calenturienta mente de la chica. Cada  sexo recordaba un personaje. El Chiquilicuatre de vello espeso y con patillas ; el de David Bisbal con graciosos ricitos, otro como afro, otro punki y así. Más feos que bellos, los diferentes vellos púbicos parecían una colección de pelucas.
  ¿ Como vas a practicar sexo saludable si el miembro de tu compañero parece tener el mismo “look” que la clarividente cabeza del Sr. Eduard Puset?


El última día.

Ella triste, se tumbó en el diván. Y el doctor rasgó la hoja de su cuaderno de apuntes y se la enseñó.
-Esto es lo ves ¿no?
Emocionada con lágrimas en los ojos contestó:
- Si, esta es mi pesadilla- Y le preguntó preocupada si lo suyo tenía solución .Él sonriente sacó del bolsillo una tarjeta azul de la clínica de depilación.
-Que vaya tu chico contigo. Ellos lo resolverán: son especialistas. Nunca más le llamarás Sr. Punset.
 Marcia estalló de alegría dándole un beso tan efusivo que las gafas de culo de botella del Doctor saltaron por los aires.
Cuando la chica se hubo ido, él se quedó observando la bella estatua de Doríforo y se preguntó que haría si se tropezara con joven tan bello como aquel. Salió del despacho y pidió a su secretaria que le pidiera hora para hacerse una depilación.
La chica quedó un poco sorprendida. Al cabo de unos segundos le dijo:
- Doctor, me preguntan que tipo de depilación desea.
- Intima, muy intima – dijo Deseux , dispuesto a liberar su cuerpo y su mente de una vez por todas.


Nota del autor
Este relato, un tanto delirante, tiene su base científica. Adjuntos vean los documentos gráficos que el Doctor Deseux ha tenido la gentileza de aportar.

Monday, November 09, 2009


Copla mora©

I

El viento le dice
  que hoy no amanece

Micaela espera
  las sombras se van

Ya nada se esconde
  y todo aparece

 Todo deja quieto a Tanger hablar


 II

Te he visto que triste
   por la kashba andas

Que sueñas y olvidas
   la vida al pasar

 Que a veces susurras
    otras veces gritas

y agarras el aire que loco se va


III

Micaela al viento
   escucha el secreto

Se sabe perdida
    Que nunca se irá

El cielo y las calles
    le han robado el alma

Cautiva de Tanger
           Cautiva del mar

Wednesday, October 28, 2009


Un plato frío ©

Al restaurante Aranguiz le habían dado tres estrellas en la Guía Michelín. Por fin se reconocía al maestro cocinero su mayoría de edad en la cocina vasca. Los alumnos del donostiarra Castillo iban recibiendo unos tras otros sus medallas y hacía tiempo que navegaban por el mundo mediático. El suyo era un triunfo tan esperado como tardío.
Aquel jueves de chirimiri estaba contento porque le había levantado a Arzac unas merluzas de pincho en el mercado de la Bretxa. Le dejó las ciegas con un mensaje a boli escrito en un papel mojado lleno de escamas: “Arrea, Bella Durmiente”.

Se acarició el bigote y observó los rompientes a través de la ventana. Igueldo tenía un verde salvaje, con las olas blancas estampadas en los acantilados. Mientras la niebla fría se arremolinaba sobre el tejado del caserío; el comedor tenía un calorcito acogedor y la chimenea tiraba a toda pastilla. Uno de esos días para degustar un menú de la amona, sencillo, caliente y estimulante, con porrusalda incluida, que empieza calentándote los pies y termina meciéndote la cabeza. Luego, unos calamares rellenos.
En el aparcamiento había un hombre bajo un paraguas y todavía no llovía .
Siempre hay alguien dispuesto a joderte el día -pensó-, uno con toda la pinta estaba allí frente a la puerta de su restaurante. Era un forastero alto, desgarbado y ligeramente escorado a la derecha. Y daba un mal rollo que tiraba para atrás. A esta clase de conclusiones no llegaba nuestro hombre por mera intuición o capricho. Ante un restaurante tan bueno como el Aranguiz nadie espera si no está completo.
Y lo más importante, en Donosti todo el mundo abre el paraguas a la vez, como si recibieran una señal del más allá indicándoles que el chirimiri ha pasado a ser lluvia. Cuando salió a la terraza y le cayeron cuatro gotas en el bigote supo que aquel tipo venía del sur y se había adelantado abriendo el paraguas.

El cocinero era persona de mundo con el certificado que da ser entrevistado por
El País, El Correo y casi todas las revistas francesas de gastronomía. Y de tanto tratar a las gentes en el acto de comer —que es casi lo mismo que el acto de yacer con ellas pero sin orgasmos—, adivinaba con facilidad si alguien tenía buen saque y sabía que un gusto bien afinado no se esconde en la elección del plato o del vino. Se tiene el don o no.
Por su experiencia profesional tenía bastante claro que las neuronas que perciben los sabores y las que conforman el carácter son vecinas en algún barrio del cerebro. Comidas y personas; caseras, exploradoras, reacias, temerosas, necias, aventureras, ignorantes, sabias, lujuriosas y capullas, se repartían su mantel con gran incremento de estas últimas. Esto no significa que un cocinero tan rulado como él te observe, y después de mirarte a los ojos, sepa si eres carne o pescado. De ninguna manera; trataba a los clientes de la misma forma exquisita que a sus platos.
Revisó con parsimonia la lista de reservas. Muchos nombres le eran conocidos y se notaba el empuje de las estrellitas Michelín. Por el apellido vasco y largo, más el Javier José, supo que uno de sus comensales era “JJ”. Una forma abreviada de llamarle, para no perder una mañana en nombrarlo y veinticinco años en olvidarlo. Su vecino y compañero de estudios, al que creía en México, estaba a punto de aparecer por la puerta. Le pareció democráticamente repugnante que un dirigente como él, metido hasta el cuello en eso de señalar, apareciera por allí sin acoquinar con el pasado.
Y se le vino encima un desagradable recuerdo. Se vio aquella mañana desayunando junto al cuñado del dirigente —al que Dios conserve incinerado—, cuando le recomendó que pagase; y unos días después, sentados en la terraza del Hotel Pirénées de Bayona, cuando firmó su seguro de vida con una caja de zapatos conteniendo un millón de pesetas que le había adelantado su suegro para pagar el préstamo hipotecario de su segundo restaurante. Identificar la patria vasca con las caras mafiosas de JJ y su cuñado fue un trauma que nunca superó y mucho menos olvidó.
Cuando ya estaba el comedor medio lleno, entraba por la puerta JJ acompañado de dos personas conocidas. El cocinero le tenía preparada una sonrisa que le sirvió con uno de esos abrazos sonoros con mucho trueno y poca lluvia.
El dirigente y él, se miraron con cariño y nostalgia. Sentimientos que nunca en la vida habían sentido el uno por el otro.
— Joder chaval, que bien te veo. Los billetes sientan bien.
— Y las enchiladas de fríjol, JJ— le contestó el cocinero, dando un golpecito en la oronda panza del dirigente.
—Ya sabes, el taqueo en México es un vicio, como aquí los pintxos. ¡Hostias!… ¿Te acuerdas que nos llamaban “la marea negra”?.
El cocinero dejo su respuesta en el aire y dio la mano a los otros dos acompañantes que permanecían colgados de una eterna casi-sonrisa, asistiendo a un encuentro -en apariencia- deseado por muchos años entre amigos del alma y del Colegio San Ignacio.
— Claro que me acuerdo. Cuando voy de chiquitos por Amara Viejo alguno detrás de la barra me grita eso de: ¡La marejada está subiendo!
— ¡La flota de arrastre está para el arrastre! —decía tu cuñado al borde de la borrachera— ¿Por cierto tu hermana todavía tiene la gasolinera?
— No —Sólo le faltaba al cocinero que sacara a relucir a su hermana.
Por poco se cruzan en la puerta. Ella odiaba al personaje con una militancia histórica que ya hubiera querido para él su propia organización. Cuando murió su marido, todos los días, el dirigente, que conducía en aquellos años una furgoneta Citroën llena de cajas de vino, aterrizaba frente al surtidor a la caza de la viuda más guapa del barrio. Le hacía llenar el depósito lo justo para volver al día siguiente. Gracias a la presión policial, el tío pesado evitó que ella le pegara un manguerazo. Tuvo que abrirse por Vera de Bidasoa y se hizo mugolari.
— Bueno chaval, espero que des a estos de “la Mesa” y a mí, la mejor mesa.
Los acompañantes que eran de “la Mesa” y el cocinero, le rieron la estúpida gracia al dirigente.
A partir de ahí el engranaje profesional se puso en marcha. En el turno de entrada en escena estaba su atacada hermana y chef, que miraba con ojos desencajados a través de el ojo de pez de la puerta de la cocina, y detrás iría Consuelo, la jefa de sala. Una india del altiplano todo bondad, tan sinuosa como hábil a la hora de torear al comensal más atravesado.
Cuando entró en la cocina su hermana le preguntó:
— ¿Pero este no estaba exaltado en México?
— Sí nena, pero se dice exilado. Trátalo con cariño que con los años se ha vuelto más jatorra —dijo el cocinero a su hermana con una pizca de ironía; ella contestó dedicándole un gruñido de gata peligrosa, dando un manotazo a la carta.
Satisfecho, viendo salir a su hermana y a Consuelo rumbo a la mesa de “la Mesa” se sintió liberado como un funcionario cuando pasa un expediente a otro. “Ahora a lo mío que es la buena y enrollada cocina” —pensó por un momento—, antes de volver la mirada hacia el descansillo.

El hombre que vio en el aparcamiento estaba en la entrada sobre un charco de agua. Era un anciano alto, enjuto y de aspecto quijotesco pasado por agua. El cocinero mandó a una camarera que le diera unas toallas y lo sentara cerca de la chimenea.
Nada en aquel hombre sugería una mínima predisposición para dedicar un segundo a saborear la buena cocina, ni la del cocinero más reputado de Euskadi ni de la suya.
Ante esto, se preguntó qué pintaba aquel señor larguirucho allí. Pregunta sin respuesta y día sin sol.

Los de la mesa política se estaban desmadrando con el vino.
El personaje empezó a soltar la retahíla del “antes era otra cosa” como si hablara de cuando Franco pero al revés. Y los nervios del cocinero empezaron a enervarse.
Aquella mañana las gotas del chirimiri parecían caer tontas para luego empinarse como las culebras hindúes: sacando la lengua y haciendo “ssuiiss, ssuiiss”.

Su mujer, además de ser el faro de su vida, era la mejor compañera de oficio y de todo lo demás. Tenía la virtud de la anticipación. Él la llamaba de cachondeo “El Oráculo del Igueldo”. Era esotérica y refranera.
— “Esta semana tienes que pensar antes y no después, porque cuando menos lo esperes saltará la liebre”. —sus oráculos siempre eran más difíciles de entender que de olvidar. El dedujo que le recomendaba que intentase ver venir los problemas o algo así.
Su atención se volcó sobre el anciano. Era ridículo fijarse en aquel hombre tan inofensivo cuando frente a él, a menos de diez metros había un elemento como JJ que, por cierto, laureado en su impunidad se estaba zampando alegremente la porrusalda al estilo de su abuela, mientras llamaba a gritos a su hermana para que le trajera otra botella de Rioja
El cocinero fue a su despacho, miró el tablero y a la pantalla de su portátil, tecleó buscando la mesa del hombre mojado. Entró su hermana y le informó que el dirigente le había pedido un bacalao con el tomate aparte, donde le había puesto, en homenaje a su demostrado respeto a la vida de las personas, la más jodía guindilla chilena que había encontrado .Y que se iba a enterar.
Pasaron un par de segundos y le preguntó:
— ¿Quien sirve la mesa nueve?
— Consuelo, me parece.
No tuvo que llamarla, la mujer estaba a su espalda.
— ¿Que ha pedido el de la nueve?
— Poca cosa, un plato frío y se lo voy a preparar yo misma. Jefe, yo creo que ese hombre está malito.
En su cabeza retumbaron las palabras “plato” y “frío”. No miró a ningún sitio. Sólo una neurona se abalanzó sobre otra. Dio un brinco y se precipitó a la sala.
Tarde.
La larga sombra del triste anciano atravesaba el comedor hacia la mesa del dirigente; le apuntaba con una pistola de pequeño calibre, a la cara.
El cocinero echó el cierre electrónico a su pensamiento. A “plato frió” sumó “venganza”, y sonó un tiro.
Es curioso cómo en los momentos más traumáticos lo que menos esperas se convierte en protagonista. Y puede ocurrir que un detalle caprichoso venga en tu ayuda para hacerte entender que lo que parece evidente no lo es.
No fue la pistola, ni el tiro.
La pequeña salsera de su abuela materna saltó por los aires. Se fijó en eso por dos motivos. Uno, la perdida de la más bonita, inmaculada y querida pieza de cerámica de su amona, y el otro era que la jarrita estaba llena de tomate.
La salpicadura de sangre espurreada en la pechera del dirigente y en la pared sólo podía proceder de la salsa del tomate y no de su inexistente corazón.

El dirigente, al ver cómo la temblona pistola oscilaba frente a él y escuchar el petardazo, creyó que el tomate era su sangre y que la muerte estaba allí. A pesar de haber disparado a quemarropa a varias personas creía que su sitio siempre estaba detrás del cañón y no delante. Y la única gota de tomate que saboreó no le engañó: la sangre quema. Cayó hacia atrás con la silla y se meó encima.
Una escena extraña y patética.

La gente miraba aterrada al hombre de la pistola, hasta que el cocinero se la arrebató, guardándola en el bolsillo de su pantalón. A empujones lo llevó a la salida y llamó a Consuelo.
— ¡Que Dios me perdone! Pero ese mal nacido dio la orden para que mataran a mi hija y a su marido en Sevilla —le susurró el anciano desorientado.
     — Usted se ha puesto a su altura y sólo ha conseguido derramar tomate. Ella le    llevará a la estación de tren y yo me quedo con la pistola.
                —¿A su altura? ¿acaso yo he matado a sus hijos? No era tomate lo que brotaba de la barriga de mi hija embarazada y de la cabeza de su marido—dijo el hombre con todo el dolor  del mundo reflejado en el rostro.
            —El cocinero tragó saliva.— Por favor, váyase con ella —le dijo.
Cuando volvió al comedor encontró todo patas arriba. Algunos comensales se habían refugiados bajo las mesas y otros permanecían sentados con las caras lívidas aferrados a sus cubiertos.
— ¡No se preocupen, no ha pasado nada, es tomate!
Se acercó a JJ:
— ¡Vaya susto! Había un coche fuera esperándole. Te has salvado de milagro…, nada… una tilita y se te pasa.
Su hermana apareció con trapos, cubo y fregona.
— ¿Llamamos a la policía? —preguntó al techo.
— No —contestó el dirigente con un hilo de voz.